Hemos
enfrentado junto con José de manera vívida el acoso al cual se veía sometido
constantemente por la Sra. Potifar. Es impresionante cómo pudo mantenerse en
pie fiel a sus convicciones. Fiel a Dios por sobre todo.
La realidad
que enfrentaba José que es también la nuestra nos dice que en nuestros miembros
hay una inclinación natural hacia el deseo que es repentina y fiera. En muchos
casos sin ningún estímulo aparente o trascendente. Este deseo se presenta como un
poder irresistible, la pasión se ve esclavizada por la carne.
Lo que era
una pequeña llama insignificante y que parecía totalmente controlable se
convierte en un fuego abrazador que se alimenta del deseo desordenado y se hace
una llamarada intensa que arrasa todo lo que se presenta en su camino. Al final
no hay diferencia, ya que esta pasión sea la sexual, o la avaricia por el
dinero, o las ambiciones desmedidas, o la sed de venganza, o la vanagloria, o
el poder, o el deseo extraño por lo ecológico como centro del existir, etc.
Todo el gozo
y la plenitud de Dios se extinguen en nosotros y entonces de manera equivocada
buscamos en las criaturas y las cosas esa satisfacción perdida. En ese momento
Dios se vuelve irreal para nosotros, y sólo las criaturas o lo tangible resulta
real; pero la única realidad es el diablo en ese instante. Satanás no nos hace
odiar a Dios, sino que suprime su presencia en nuestra conciencia con la
falacia de así es la juventud, Dios sabrá entenderme, una vez qué importa.
Entonces el deseo desordenado se levanta y envuelve tu mente, controlando
totalmente tu voluntad y llevándola a una oscuridad profunda. El poder para
discernir con claridad y tomar las decisiones correctas, desaparece de
nosotros. Es en este punto de inconsciencia y frenesí del deseo descontrolado
que todo lo que hay en mí se rebela contra Dios y su Palabra y contra todo lo
que de algún modo se oponga a mi satisfacción.
Lo peculiar
de José es que fue suficientemente inteligente para comprender que esa
inclinación adormecida en ese instante en él, podría de manera súbita aparecer
como una fiera salvaje muerta de hambre dispuesta a todo para satisfacer su
apetito. José era plenamente consciente que llegaría al descontrol total si
cedía a las insinuaciones de la Sra. Potifar. Simplemente “olvidaría a Dios”
por un momento, para disfrutar el placer, y luego todo seguiría simplemente su
curso, ¿consecuencia? Nada que no se pueda arreglar ¿seguro? No cayó en esa
trampa el joven José sino que se mantuvo firma en sus convicciones eternas.
Pero la Sra.
Potifar continuó sus insinuaciones. Sigamos la lectura del pasaje de la serie.
Un día,
cuando José regresó de trabajar a la casa, no había ningún otro esclavo
adentro. Entonces ella lo agarró de su ropa y le dijo:
— ¡Acuéstate
conmigo! Pero él dejó su ropa en las manos de ella y salió huyendo.
-Génesis 39:
11, 12- [PDT]
La frase
original en el hebreo describe la siguiente: “la dejó y huyó hacia la calle”.
Nos dice que huyó, corrió, se escapó a toda prisa… ¡se echó a corre! No por
cobarde sino por ser el hombre más valiente en ese momento, pues mantiene toda
su claridad de pensamiento y actúa de acuerdo a sus convicciones no importa el
momento o la ventaja que la circunstancia presenta la satisfacer ciertos deseo,
desordenados por supuesto.
José trató de
razonar con la Sra. Potifar, pero ella ignoró esos razonamientos. Él trató de
evadirla mil y una vez más y rechazar cada una de sus insinuaciones; pero ella
no aceptó su determinación de mantenerse puro. Ella estaba determinada a
aplacar su deseo desordenado y se encontraba desbocada en cuento a este,
buscando con vehemencia satisfacerlo sin importar lo que piense, desee y
considere José. Era ella y solamente ella. Por eso lo único que le quedaba a
José era correr y verdaderamente él corrió. Esa era la única salida.
Quizás te sorprenda
o te saque de cuadro pues esperabas algo más de elaboración o consideraciones
con un lenguaje muy adornado o sofisticado, preferimos muchas veces la
cucufatería o la solución teórica a una respuesta real porque anhelamos
satisfacer la carne y su deseo desordenado. El Nuevo Testamento simplemente
responde ante el deseo desordenado con un solo mandamiento invariable en todos
los casos: ¡¡¡CORRE!!! Se nos insta
de manera urgente a salir, huir, que volemos, que escapemos para salvaguardar
nuestras vidas. Es imposible ceder a la tentación mientras se corre en sentido
opuesto a ella. La carrera asegura que no hay tiempo para pensar en lo que
propone y al mismo tiempo gastamos la energía que ella demanda consumir en otro
asunto totalmente diferente a ese deseo desordenado.
“Evita las
pasiones desordenadas que les complacen a los jóvenes. Esfuérzate por seguir una
vida de rectitud, por tener fe, amor y paz, junto con la gente que tiene
corazón puro y que ha confiado en el Señor”.
-2 Timoteo 2: 22 (PDT)-
1 comentario:
agradesco el que haya compartido este tema ; me parece alentador,por que en lo personal es una mala experiencia vivida y siga luchando con todo esto aun.(gracias)
Publicar un comentario